La denuncia que ha hecho Evelyn Matthei estas semanas debe ser tomada en serio. No porque haya apuntado a tal o cual candidato, sino porque detrás de ellas se encuentran dinámicas de redes sociales que pueden ser perjudiciales para nuestra convivencia socia. Es un fenómeno de mucho mayor alcance, que atraviesa a distintos países del mundo, a distintos sectores políticos y no se produce únicamente en períodos eleccionarios.
Tal como se ha señalado en algunos reportajes y estudios, la proliferación de bots y trolls tiene impactos directos en las percepciones de la ciudadanía. Tienen el poder de modificar preferencias y moldear el pensamiento. Hasta ahí, nada que no sea propio de la pugna política. Pero los medios utilizados son del todo cuestionables. Basta hacer un breve análisis a las publicaciones de estas cuentas anónimas para advertir cómo realizan, de forma sistemática, una manipulación torcida de la información (algunas derechamente se categorizan en fake news), identificando a blancos específicos (personas o grupos de personas), con el fin de deteriorar su reputación.
Se preocupan de producir un efecto amplificador de sus posverdades y falsas informaciones, sin existir límite alguno. En muchos casos, han logrado producir en la opinión pública una percepción distorsionada de la realidad objetiva. Esa amplificación considera réplicas en otras redes sociales como TikTok o Facebook. Ejemplos hay muchos, aunque nunca le pusimos la suficiente atención.
Un caso de alta gravedad, lo denunció el ahora alcalde de Santiago, Mario Desbordes, en 2023, cuando cuentas asociadas a la derecha republicana afirmaban que Chile Vamos y el Gobierno estarían acordando la impunidad de diversos políticos, en medio del caso Democracia Viva, para no fiscalizar el mal uso de dineros públicos. Esa mentira flagrante fue amplificada por redes sociales y no sabemos cuántos todavía creen esa versión.
Similar caso se dio en la recientemente aprobada reforma de pensiones (los dardos se dirigieron principalmente contra los negociadores de la reforma) o cuando se acordaron las bases constitucionales para el segundo proceso constituyente (no se guardaron ninguna virulencia contra el senador Macaya, por ejemplo).
Con la sofisticación de nuevas herramientas digitales, las cuentas de bots son cada vez más difíciles de identificar y más fáciles de utilizar para distorsionar la realidad. La inteligencia artificial, por su lado, hace más posible la manipulación indebida de videos y fotografías. El caso de Evelyn Matthei es muy revelador: alargaron maliciosamente sus silencios durante una entrevista, con el fin de hacer parecer que tenía dificultades evidentes para mantener el hilo de una conversación. Basta hacer el ejercicio de preguntarle a un par de cercanos que no estén involucrados en política, pero que consumen contenido en redes sociales, para advertir la cantidad de personas que vieron esos videos editados. La percepción que tenían respecto de la candidata sufrió importantes modificaciones.
El problema de fondo es, como la mayoría de nuestros dilemas actuales, moral. Hemos extraviado al extremo los valores que deben reinar en la deliberación política. Las cuentas de trolls (que a diferencia de los bots, son administradas directamente por personas reales), buscan polarizar la sociedad al extremo. Saben que en esa cancha tienen todas las de ganar. La amistad cívica, como pilar fundamental de la vida en la polis, se encuentra cada vez más ausente. Estas cuentas de redes sociales no explican el fenómeno en su conjunto, por supuesto. Pero es innegable que su contribución es relevante.
El carácter anónimo, por su lado, les permite participar del debate político sin adquirir ninguna responsabilidad por las opiniones vertidas. El campo del secreto les permite emitir, sin límite alguno, las máximas barbaridades; pueden injuriar, editar videos a su conveniencia, difamar y lanzar ataques sistemáticos, sin tener consecuencias. Ni siquiera son objeto de escrutinio público, como cualquiera que emite una opinión susceptible de discrepancia y disenso. La constatación del problema no deriva en la necesidad de prohibir el anonimato ni de la idoneidad de llevar el caso a sede judicial. Existen también otras que utilizan el secreto de su identidad para contribuir a la amistad cívica y al debate profundo, sin querer obtener reconocimiento social por ello.
Pero al menos reconocer el problema, nos puede hacer menos sensible a este tipo de contenido, y a estar alerta cuando notemos que nuestras preferencias y posiciones están siendo modificadas y polarizadas al extremo con información falsa o sensacionalista. Más allá de la discusión coyuntural que atraviesa la elección presidencial, este tema no puede pasar inadvertido, al menos si consideramos que la amistad cívica y el cultivo de las virtudes son elementos centrales (y no accesorios) de la vida política.
Kevin Canales es director regional de IdeaPaís Biobío. Columna publicada en El Líbero, el 05 de agosto.
