Cuesta imaginar otro momento en las últimas décadas en que izquierdas y derechas hayan coincidido tanto en las prioridades que el próximo gobierno debe abordar. El diagnóstico para cerrar el ciclo de incertidumbre y cortoplacismo que se ha venido incubando de forma incremental es ampliamente compartido, y son pocos quienes dudan del punto de inflexión en que nos encontramos. El qué, entonces, parece no ser el desafío. La llave está en el cómo.

¿Cómo enfrentar, entonces, los asuntos que (casi) todos reconocemos como urgentes?

Además de los desafíos inmediatos —seguridad, economía y un Estado ingobernable—, las transiciones propias del mundo moderno —tecnológica, laboral, climática, migratoria y demográfica— son particularmente complejas. Por eso, lo primero que deben hacer quienes aspiran a presidir Chile es hablarle a los chilenos como adultos. El momento exige responsabilidad compartida: personas, empresas, sociedad civil y Estado tendremos que poner de lo nuestro. Las soluciones sin evidencia, los planes sin respaldo y las promesas poéticas solo profundizarán la frustración acumulada. Es fundamental hablar con la verdad. Y la verdad —siempre incómoda—  es que no hay salida estructural que sea rápida, fácil ni sin sacrificios.

Segundo, ofrecer solo lo que se pueda y se esté dispuesto a cumplir. Por diversas razones, este gobierno no ha cumplido lo que prometió. Su discurso de la normalización del caos es patudo, pues se beneficia de su propia ambivalencia en el tema, aprovechándose de su propio dolo. Y si en algo ha cumplido, no es en su programa. En parte, porque era inviable, y en parte por conveniencia. Su programa fue guardado en un cajón que Gonzalo Winter parece haber encontrado para reeditar la actitud redentora de su «generación escogida» (provocando rabia en figuras concertacionistas, que —tarde— han optado por defender su legado).

Tercero, urge salir del clima de polarización. Las sociedades solo avanzan cuando asumen una verdad elemental: vivimos con otros. La incivilidad que reina en muchas comunas —basura, ruidos y fiestas en días de semana, música matutina, parrillas invasivas— no es tan distinta del abuso de las licencias médicas y de la corrupción de las fundaciones. ¿El patrón? Sálvese quien pueda… del resto. ¿La lógica? El distinto es una amenaza, y debe permanecer distante. Ceder ante la contraparte es rendirse ante el enemigo. Llegar a acuerdos es propio de cobardes, y que vivimos en una guerra en que lo único que vale es aplastar, arrinconar, y vencer sin renunciar. Si los negocios y la vida cotidiana se basa en acuerdos, ¿por qué la política los reniega? Quizás esto explica en algo su desorientación.

Hablar con la verdad, prometer lo que se puede cumplir (y cumplirlo) y abandonar la polarización son elementos cruciales para salir del diagnóstico, y salir el letargo asfixiante en que nos encontramos.

Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 19 de junio