El pasado domingo 29, el oficialismo chileno vivió una primaria presidencial esperada en un sentido, e inesperada en muchos otros. Tal como anticipaban algunas encuestas, la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, se impuso. Pero nadie previó la magnitud de su triunfo: Jara obtuvo un contundente 60% de los votos, duplicando a Carolina Tohá, carta del Socialismo Democrático, que alcanzó apenas un 28%, y dejando muy atrás al candidato del Frente Amplio, Gonzalo Winter (9%). Nadie imaginaba que la candidata comunista superaría con tanta holgura a la histórica Carolina Tohá, ni que el partido del propio presidente Boric quedaría por debajo de los dos dígitos. Más que una simple definición de candidatura, el resultado del domingo marca un reordenamiento profundo e inesperado en las fuerzas políticas que componen la izquierda chilena.
Ante este escenario, caben varias preguntas: ¿qué ocurrió realmente el domingo? ¿Cómo interpretar el avance del Partido Comunista, una fuerza históricamente testimonial en las contiendas presidenciales chilenas? ¿Y qué explica la debacle tanto del Frente Amplio como del Socialismo Democrático, el sector con más experiencia de gobierno desde el retorno a la democracia?
Para entenderlo, es necesario revisar el contexto. La actual coalición de gobierno —una alianza entre el Frente Amplio, el Partido Comunista y los partidos socialistas y radicales herederos de la antigua Concertación— ha convivido con tensiones desde su origen. No hay que olvidar que Gabriel Boric llega a la presidencia en 2021 con el pacto Apruebo Dignidad, compuesto sólo por el Frente Amplio y el Partido Comunista. Fue recién después del fracaso estrepitoso de la Convención Constitucional, en septiembre de 2022 (a seis meses de llegado a La Moneda), que llegó el Socialismo Democrático a salvar los muebles. Se incorpora, entre otros, Carolina Tohá como Ministra del Interior en gloria y majestad. Desde entonces, esta alianza –que ni siquiera ha logrado darse un nombre– ha oscilado entre la desconfianza mutua y la necesidad pragmática de gobernar juntos. Pero en el fondo, las diferencias ideológicas y generacionales han seguido intactas… en teoría.
La gran derrotada de la primaria fue, sin duda, la tradición concertacionista, hoy rebautizada como Socialismo Democrático. Carolina Tohá, figura emblemática del sector, era vista como la favorita natural de una centroizquierda moderada, con experiencia, trayectoria y conocimiento del Estado. Sin embargo, terminó pagando el costo político de un giro que su sector emprendió hace ya seis años, tras el estallido social de octubre de 2019.
En ese entonces crítico, el Socialismo Democrático optó por subordinarse sin matices a la narrativa refundacional del Frente Amplio y el Partido Comunista. Renunció a defender su legado de transición democrática, crecimiento económico y políticas sociales graduales y se plegó sin resistencias a una crítica total a los “30 años”, como si todo lo construido desde 1990 fuera entre ilegítimo e inmoral. Abrazaron sin resistencia una agenda de izquierda intransigente que poco tenía que ver con la socialdemocracia chilena. Lo que comenzó tímidamente en 2006, cuando Michelle Bachelet integró al Partido Comunista y al incipiente Frente Amplio en su gobierno, culminó este domingo con la erradicación casi total del proyecto político de la centroizquierda chilena.
El caso del Frente Amplio es aún más sintomático. El partido con mayor cantidad de militantes del país no solo perdió, fracasó humillantemente. Su candidato, Gonzalo Winter, apenas logró el 9% de los votos, movilizando menos apoyo que el outsider regionalista Jaime Mulet. Si se mide la relación entre cantidad de militantes y votos, el panorama más desolador: por cada militante frenteamplista, se sumaron dos votos adicionales, muy por debajo de los quince que logró cada militante comunista. El Frente Amplio, que se decía nacido de las calles, de las movilizaciones del 2006 y 2011, ha terminado convertido en una fuerza desconectada, elitista y con escasa capacidad movilizadora.
De todos los análisis posibles, el del Frente Amplio es quizás el más evidente. Mientras Gabriel Boric ha intentado en estos años mostrar señales de maduración y autocrítica respecto de sus posturas previas a llegar al poder, la campaña de Winter dinamitó ese esfuerzo. Su relato bien podría haber sido sacado de 2017, cuando Beatriz Sánchez era candidata o bien de la fracasada Convención Constituyente de 2022: consignas y etiquetas simplonas, discursos anti-todo, una autopercepción casi mesiánica, y una alarmante incapacidad de ofrecer un horizonte común. Fue una campaña tan desquiciada que parecía provenir de un grupo que nunca llegó al poder. Y frente a esto, la ciudadanía fue clara y manifestó su hartazgo. Ahora, si ese sector no fue capaz de reflexión y renovación tras su derrota constitucional en 2022, no es de esperar que lo haga ahora.
Paradójicamente, quien se llevó el botín fue la candidata comunista. Jeannette Jara –exministra del Trabajo de Boric– construyó una candidatura con un tono moderado, abierta al diálogo, y pragmática en los énfasis. A pesar de su militancia, supo distanciarse del discurso ideológico clásico de su partido e incluso llegó a definirse como parte de la “centroizquierda”. Su perfil evocó con fuerza la figura de Michelle Bachelet, logrando conectar emocionalmente con los sectores populares, especialmente entre los más jóvenes. Claramente su carisma jugó un rol importante, sumado a un discurso estratégico. En redes sociales, su campaña tuvo alta circulación, con videos emotivos, mensajes claros, y una narrativa basada en su origen popular, su experiencia laboral y su defensa de un Estado activo. Supo abordar temas reales, como el narcotráfico en las poblaciones, la seguridad, o la educación gratuita, conectando con preocupaciones concretas, no con causas abstractas. En cierto modo, logró “blanquear” la marca comunista, ofreciendo una versión más amable, moderna y empática, que ni las críticas a su programa económico ni las alertas sobre su partido bastaron para frenarla. Mientras Tohá no lograba salir de su (des)equilibrio acomplejado y Winter encarnaba la soberbia de un grupo de no-tan-jóvenes incapaces de madurar, Jara supo leer el momento, dar vuelta las predicciones y ganar aplastantemente.
Las próximas semanas serán claves para saber si esa ventaja se consolida. La unidad en torno a Jara, si ocurre, será forzada. Un punto clave será la reacción del resto de los partidos de centro y centroizquierda que no forman parte de la coalición gobernante. En particular habrá que observar a la Democracia Cristiana. Como sabemos, la DC chilena —históricamente ubicada en el centroizquierda— ha vivido una crisis de identidad profunda en los últimos años y no ha hecho más que perder (militancia, representantes y claridad). Su acercamiento a la izquierda más radical en la última década fue visto por muchos como una traición a su tradición. Hoy, frente al liderazgo de una candidata comunista, el dilema se profundiza. En estos días personeros de la colectividad ya han salido a apoyarla con entusiasmo, mientras que otros se resisten abiertamente. Todo indica que lo poco que queda de la DC podría terminar por quebrarse.
En definitiva, la primaria oficialista no solo definió una candidatura presidencial. Fue un punto de inflexión. El fin de una etapa para el Frente Amplio y el Socialismo Democrático. Y la apertura de un nuevo escenario político, donde el Partido Comunista, por primera vez, deja de ser simplemente una fuerza testimonial para convertirse, al menos por ahora, en el centro gravitacional de la izquierda chilena.
¿Será Jeannette Jara presidenta de Chile? Muy probablemente no. Pero su triunfo ya ha generado un efecto demoledor en el oficialismo. Todo indica que en esta nueva etapa la vieja izquierda empezará a pagar sus cuentas, la nueva izquierda se enfrenta al hecho de que ya no es novedosa, y el Partido Comunista, sorprendentemente, toma la delantera.
Emilia García es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en Diálogo Político, el 08 de julio