«Sin duda apoyaría un nuevo golpe de Estado de ser necesario», declaró Johannes Kaiser (Partido Nacional Libertario) en su entrevista con Tomás Mosciatti. La frase, como era de esperar, generó conmoción y provocó una denuncia del Partido Comunista ante el SERVEL, por infringir la ley de partidos políticos que obliga a contribuir en el fortalecimiento de la democracia (Art. 1º). Más allá de los motivos que explican esa declaración (estrategia o convicción), su afirmación revela una visión materialista de la historia: los contextos justifican las acciones, y el individuo queda eximido de capacidad de agencia. Una mirada que, curiosamente, no dista tanto del marxismo.

Lo interesante, sin embargo, es que este episodio reabre una vieja tensión dentro de las democracias: ¿pueden ciertas expresiones, por ser tildadas de antidemocráticas, ser excluidas del debate democrático?

El PC es claro. A su juicio, el Partido Nacional Libertario debería ser sancionado al máximo, incluso suspendido o disuelto. Es llamativo que sea justamente el Partido Comunista el que proponga algo así. Una especie de Ley Maldita 2.0. Paradójico, considerando no solo su conveniente victimismo (cualquier crítica al comunismo es tildado de «anticomunismo»), sino también que la ilegalización del PC en el siglo XX no eliminó sus ideas, sino que las fortaleció. Lo mismo ha ocurrido actualmente en Alemania: la censura del nazismo no ha impedido que sus expresiones reaparezcan.

En democracia, ganar “por secretaría” suele ser síntoma de debilidad intelectual. Dicho de otro modo, si se tuviera fe en las propias ideas, deberían bastar los mecanismos democráticos –como las urnas– para derrotar a quienes piensan distinto, incluso si esos pensamientos son antidemocráticos. ¿No fue esta misma coalición la que defendía que los problemas de la democracia se resolvían con más democracia? El verdadero problema no es Kaiser sino el respaldo ciudadano que logra obtener a partir de estas declaraciones. Y eso el PC lo sabe.

Con todo, lo que nunca deja de sorprender es la amnesia selectiva (o derechamente la hipocresía) del Partido Comunista. En enero de este año reafirmaron su carácter de marxista-leninista. Es decir: su oposición explícita a la democracia liberal, su rechazo al pluralismo político, al Estado de derecho (burgués, por definición), y su defensa de la dictadura del proletariado como vía para superar el capitalismo y las clases sociales. ¿Puede un partido que no cree en los principios fundamentales de la democracia exigir su defensa? ¿Puede acusar a otros de lo que él mismo justifica doctrinariamente?

El doble estándar es tan flagrante que raya en el cinismo. El PC no solo ve la paja en el ojo ajeno, sino que hicieron de ignorar la viga en el propio una estrategia política.

Emilia García es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 11 de agosto