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La forma en que la derecha enfrenta las elecciones parlamentarias es un lamentable retrato de su historia.

Al analizar el desempeño del gobierno del Presidente Boric, se repite majaderamente que vivimos un punto de inflexión como país (y que estaríamos al borde de un punto de no retorno). Pero al momento de actuar, la realidad muestra que entre la derecha hay fundamentalmente monólogos, declaraciones cruzadas de «quién partió primero» y ninguneos varios, inspirados por la carrera de la hegemonía del sector. Mientras tanto, la izquierda avanza, coordinadamente y en silencio.

Frente a un escenario inmejorable para la derecha en las elecciones parlamentarias, frustra ver su falta de pragmatismo, la obsesión por no ceder y el permanente fuego amigo.

Esta actitud es incomprensible. Primero, porque fagocita anticipadamente una relación necesaria: si la derecha llega a La Moneda, los ganadores necesitarán de los vecinos perdedores para gobernar. La autosuficiencia no basta para ejercer el poder (preguntémosle sino al Frente Amplio). Y segundo, porque desorienta. La porfía por pelear cuando hay que aunar desconcierta, y para quienes no viven la intensidad de la vida partidaria, esto es algo extremadamente difícil de entender. Los liderazgos políticos —además de negociar y gestionar— deben orientar y conducir, lo cual exige explicar las decisiones que se toman. Cuando los electores observan que se cortan relaciones entre quienes debieran existir puentes en miles de temas, los escenarios pesimistas y las profecías de autocumplimiento comienzan a proliferar. Y eso es más malo que bueno…
Se replica por algunos que el número de representantes no es lo importante, sino que su nivel o idoneidad. Es cierto que es crucial que los diputados y senadores sean personas con preparación humanista, credenciales técnicas y un alto estándar ético. Pero no es menos cierto que el número sí importa: los gobiernos afines necesitan de parlamentarios que respalden su programa, y los gobiernos que traen malas reformas pueden ser debidamente contenidos con una oposición parlamentaria fuerte (preguntémosle sino al Frente Amplio). Son desafíos distintos: la formación de cuadros es un desafío de largo aliento y que debe hacerse con tiempo; y las elecciones políticas son de corto plazo, con la cosecha que se sembró ayer.

Si la lista única en la actual oposición es improbable, cuesta entender por qué no avanzar con decisión en amplios pactos de omisión para aumentar el número de parlamentarios. Al frente —hay que recordarlo— está una candidata comunista, carismática y astuta (en otras palabras, el riesgo es mayor a cero).

Si no se muestra autoridad para que la gobernabilidad prime sobre la hegemonía, la derecha seguirá desperdiciando oportunidades históricas, enterrando así su vocación de mayoría. Si se repite la historia, la responsabilidad será enteramente propia.

Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 17 de julio

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