Las crisis que vivimos nos tienen con la soga al cuello. Aún no se nos corta la respiración: contamos con una resiliencia institucional en las sombras que ha mostrado una fortaleza asombrosa. Pero las inseguridades por las que atravesamos, los cambios en las reglas del juego en medio del partido y la tibia agenda del gobierno por cambiar este escenario nos acortan, lenta pero progresivamente, la reserva de aire en nuestros pulmones.
Los procesos políticos y sociales que hemos recorrido en los últimos años no cerrarán con facilidad. El crimen organizado surgió con un silencio cancerígeno, cuyos efectos aún desconocemos. El proceso migratorio presenta tensiones que distan mucho de encontrar un ajuste. El Estado todos los días muestra nuevos problemas: en la eficacia de su obrar y en la probidad de actuar. La educación, la salud, la economía y la escasa provisión de viviendas. En fin: la situación es grave. Y ante un Presidente que rinde cuentas de un país increíble que probablemente queda en Andrómeda, es poco esperable un cambio de él o de sus continuadores.
Las derechas tienen, como nunca, la «pole position», pues se cruzan problemas que le quedan cómodos con las prioridades ciudadanas. Pero eso es insuficiente para ganar (y mucho menos para gobernar con relativo éxito).
¿Qué se necesita para ganar esta elección? Cambiar el status quo.
Las últimas votaciones en Chile muestran a un electorado pragmático, cuyas preferencias parecieran no tener relación con las sensibilidades de la oferta política. Más bien, los resultados muestran una inclinación a un cambio. Pero no un cambio radical, sino aquel que repara lo que funciona mal, sin hipotecar lo construido. Los plebiscitos constitucionales son ejemplo de eso, pero también lo es el comportamiento de este Gobierno: la renuncia a su programa —por la incontenible fuerza de la realidad— da cuenta de que no se puede incurrir en cambios estructurales sin dañar lo que funciona bien.
Intuitivamente, el cambio del status quo vendrá de la derecha. El Gobierno no quiere (y quizás por eso mismo, no puede) cambiar: piensa que todo está bien. Pero para que esa aspiración de cambio se traduzca en el 50% +1, se requiere audacia para convencer; sentido de urgencia para remecer; y experiencia y factibilidad para implementar. Asumir que la elección para la derecha está asegurada es la receta para su fracaso. Y soslayar la necesidad de mostrar cambios concretos también apunta a ese resultado, por el mismo fenómeno: sin una propuesta palpable, audaz y convincente de que sirve para dar vuelta el tablero, el voto práctico seguirá abierto.
Se vienen primarias, negociaciones, encuestas y noticias, que afectarán el resultado. Pero pienso que la variable más relevante vendrá de quien muestre la propuesta más audaz para cambiar el estado actual de las cosas. Ella o él será el próximo Presidente de Chile.
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 05 de junio