La oposición está en la «pole position» para ganar la elección presidencial. Si las encuestas tienen razón, y alguna de sus candidaturas gana, ¿cuál sería su principal desafío una vez en el poder?
La respuesta no es fácil. No porque el diagnóstico no sea claro, sino porque ella supone un cambio de switch radical, dadas las performances recientes.
De partida, si el sector llega a La Moneda, no será puro placer. Hoy enfrenta problemas ciudadanos donde, a priori, tiene ventaja. Pero el ejercicio del poder en un contexto de inmediatez y fragmentación política es especialmente adverso. Y si el Frente Amplio y el PC pasan a ser oposición, podemos imaginar cómo se comportarán.
Aún así, el desafío no está ahí. La tarea pasa por tener mentalidad de catedral, mirando más el 2046 que el 2026.
La oposición no es consciente que podría construir un legado ambicioso y de efectos duraderos, con varios gobiernos de distintos colores, unidos por un fin común. ¿Qué podría articularlo? La pregunta nos remonta al hito que recordaremos en siete días más, y que será probablemente lo que a la generación postdictadura marcará políticamente más fuertemente.
El Rechazo es mucho más poderoso que los votos que obtuvo. Se convirtió en un fin común, como lo fue para la Concertación la recuperación de la democracia, capaz de aglutinar a fuerzas políticas —en ese entonces, enemigas— en torno a bienes fundamentales irrenunciables.
El mayor desafío de ese sector, si gana, será actuar como bloque para construir un proyecto político de 20 años en torno a las ideas que el Apruebo quiso destruir. Desde Libertarios hasta Demócratas, la tarea apela a pasar de lo negativo de rechazar a lo positivo de construir. A delinear una estrategia flexible y de largo aliento, que permita entregar la banda presidencial a sus vecinos, para que ellos también puedan gobernar.
Esto supone una colaboración y confianza que hoy se ve a años luz. Las descalificaciones mutuas, que agotan a todos menos a quienes las profesan, han construido un ambiente lleno de escollos. Pero también es cierto que el poder tiene esa especial habilidad de obligar a los actores adecuados a sentarse a negociar. Si los puntos en tabla de esa negociación son los correctos, y está la disposición de construir este bloque, el panorama puede cambiar.
Quizás visitar la historia de la Concertación dé luces sobre este cometido. El fin común de terminar con Pinochet en Chile, y el ejercicio del poder a la vuelta de la esquina, logró juntar a socialistas y democratacristianos, pese a considerarse traidores y asesinos entre sí. Si la Concertación, con todas sus dificultades —y con un atento general en ejercicio— terminó siendo un éxito compartido por dos gobiernos DC y dos PS, entonces la oposición está obligada a explorar lo propio. El tiempo dirá.
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 28 de agosto
