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Uno de cada cuatro chilenos vive en la pobreza. Uno de cada cuatro es el dato que entrega el informe de la Comisión Asesora para la Actualización de la Medición de la Pobreza, tras diecinueve meses de trabajo. Bajo los nuevos parámetros propuestos, la pobreza por ingresos en Chile no sería de 6,5% sino de 22,3%; y la pobreza multidimensional –que considera la salud, educación, vivienda, trabajo y cohesión social– aumentaría de 16,9% a 24,6%.

No es que los hogares se hayan empobrecido de un año a otro. Es que por años usamos una medición que no reflejaba adecuadamente la realidad. Para muchos esto no es sorpresa. Lejos de haber sido los primeros, en IdeaPaís publicamos un estudio sobre la clase media que mostraba que más de un 40% de los hogares vivía apenas entre 1,5 y 3 veces sobre la línea de pobreza (2024). Este segmento –mayoritario en el país– se asemeja mucho más a los deciles pobres que a otros grupos medios: altos niveles de informalidad laboral, ingresos bajos, escolaridad rezagada, viviendas deficitarias, acceso limitado a servicios básicos. Son hogares que viven al día, a una o dos crisis de distancia de volver a caer en la pobreza.

La actualización propuesta por la Comisión corrige parte de ese desfase. En la dimensión de ingresos, se eliminó el alquiler imputado y se propuso una línea de pobreza diferenciada según pago de arriendo. Se ajustó también la canasta básica de alimentos, incorporando precios observados y eliminando parcialmente los ultraprocesados. Pero es en la medición de la pobreza multidimensional donde se introducen los cambios más significativos. El índice incorpora cinco nuevos indicadores: aprendizaje escolar, dependencia funcional, cuidados, asequibilidad de la vivienda y conectividad digital. La incorporación de estos indicadores refleja que la pobreza en Chile no se limita a la falta de ingresos, sino también se expresa en sobrecarga, fragilidad y ausencia de redes.

Lo más incómodo del informe es que no dice algo nuevo. Solo propone una nueva metodología para medir algo que ya sabíamos que existía pero que nos forzábamos a omitir: que en Chile hay pobreza y es más profunda y extendida de lo que reconocíamos. En ausencia de sus signos más evidentes –como la desnutrición o el hacinamiento extremo–, asumimos que la pobreza era una realidad superada y la desplazamos del centro del debate público. Pero ahí estaba: en el aumento descontrolado de campamentos, en las altas tasas de deserción escolar y sobreendeudamiento, en la fragilidad habitacional, en las altas cifras de consumo de drogas y en el abandono institucional. La pobreza nunca se fue: simplemente dejó de incomodarnos.

Emilia García es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 08 de julio

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