Los jóvenes suelen presentar cuestionamientos en cada época. Muchas veces empujan replanteamientos de paradigmas asentados por las generaciones anteriores, por lo que los valores juveniles resultan ser algo fluctuante. Detectar qué es lo que caracteriza la mentalidad de los jóvenes de una época es una tarea compleja. Por lo tanto, vale la pena detenerse en algunas de las tesis de mayor peso que circulan acerca del cambio generacional actual, cuidando de evitar la caricatura progresista en que se cae muchas veces.
Una de las teorías que se escucha bastante dice que cuando se ven resueltas las necesidades más básicas propias de valores “materialistas” que movilizaron a los más viejos, las nuevas generaciones experimentan un anhelo cada vez más marcado por valores “posmaterialistas”: bienestar, medioambiente, género, entre otras. Esto fue sostenido y difundido con bastante éxito, entre otros, por Ronald Inglehart, ex director de la Encuesta Mundial de Valores.
Dicha tesis de Inglehart es interesante, pero se suele interpretar desde una cierta filosofía de la historia implícita: tiene algo de “vamos inevitablemente hacia adelante”; como si la humanidad transcurriera por etapas sucesivas -del materialismo hacia el posmaterialismo-, encaminadas a superar la barbarie y aproximarse a un prometedor destino final. En realidad, la juventud -y la humanidad- vive ciclos mucho más erráticos y complejos. Basta mirar a Chile en que, hoy por hoy, las principales “pulsiones” son más bien “materialistas”: orden, seguridad, prosperidad económica. Otro ejemplo lo da en su entrevista con La Tercera el psicoanalista Luigi Zoja: hay jóvenes que parecen querer bajarse del tren posmoderno de la revolución sexual; que anhelan que esta tenga lugar en contextos de mayor afectividad. Según Zoja, esto está lejos de significar un mero “retroceso conservador”.
Una segunda tesis relevante, esgrimida por Zygmunt Bauman, habla de la sociedad moderna “líquida”, en que la experiencia del mundo se caracteriza por lo efímero y la escasez de permanencia. Coincide esto con la idea de una tendencia a la “desinstitucionalización” entre los jóvenes de nuestros tiempos, probablemente amplificada enormemente por la natividad digital.
Ahora bien, tal como advertimos ante la interpretación progresista de la tesis de Inglehart, cabe recalcar que esta tendencia juvenil no es un movimiento de pura disrupción de valores preexistentes. Existen continuidades: no se acaban los anhelos de antes, más bien se les busca dar un cauce distinto. En efecto, donde anteriormente prosperaba la pertenencia incondicional a un horizonte socialmente compartido, hoy parece existir una forma de pertenencia mucho más individualizada y mutable. Como señala por ejemplo Eduardo Valenzuela: “queremos participar políticamente, pero no a través de los partidos políticos; queremos creer, pero no a través de una iglesia establecida; queremos vivir en pareja, pero no casarnos”.
En definitiva, un traspié fundamental que hay que evitar al analizar la juventud es partir de una mentalidad estereotípicamente progresista. Esto es, que estaríamos frente a “nuevos paradigmas” que están desplazando a los “añejos ideales” ya superados que impedían progresar. Lo cierto es que ningún nuevo paradigma está excluido de la prueba del tiempo ni de la posibilidad de ser cuestionado a su vez. Pretender que todo replanteamiento sucesivo a las nuevas consignas implica un “retorno” o “retroceso” es cerrarse a tomar en serio a la juventud y a la posibilidad real de que en nuestro caminar puedan existir ángulos ciegos o nuevos males a remediar.
Asumir que fluimos en una sola dirección es un acto de miopía que nos impide aprehender bien el telón de fondo de cada generación. Prescindir de ese simplismo es un buen primer paso, si queremos avanzar hacia una observación más nítida de la juventud, en sus variopintos dilemas y anhelos.
José Miguel González es Director de formación de IdeaPaís. Columna publicada en El Dínamos, el 18 de abril.