Friedrich Frobel, uno de los precursores de la educación inicial, ya en 1825 creía que la educación de los niños en su primer ciclo de vida era un “deber sagrado” que daba espacio al florecimiento humano. Fue un visionario: creó el jardín de infancia y entendió que las experiencias en edad temprana son esenciales para la vida.
La evidencia empírica demuestra que las experiencias de infancia pueden definir el futuro de un adulto y que las vivencias de calidad que desarrollan la exploración, autonomía, liderazgo y resolución de conflictos desde el juego son capaces de abrir las puertas al potencial humano. Ellas permiten transformar la estructura cerebral, adquirir nuevos conocimientos y otorgar la comprensión sin límites del mundo de una manera natural y sin guías escolarizadas, sino que muy por el contrario, desde lo propio de cada ser, trascendiendo habilidades, actitudes y valores.
Así, mensajes como “los niños primero” adquirieron resonancia en Chile y se transformaron en desafíos para los diferentes gobiernos e instituciones. Organizaciones como Educación 2020 o Elige Educar propusieron un plan de mejora en educación pre-escolar que busca romper con cifras alarmantes, como el hecho de que Chile tenga una tasa de cobertura del 56%, mientras que el promedio OCDE es del 76%, o que exista una lista de espera que supera los 50 mil niños para ingresar al sistema público de educación inicial.
La propuesta constitucional era una puerta para darle espacio al primer ciclo como un eje central dentro del sistema. La esperanza estaba puesta en romper paradigmas y transformar la evidencia en políticas concretas que permitan cambiar vidas. Sin embargo, el concepto “educación parvularia” en el texto solo es nombrado para hacer alusión a temas organizacionales. El foco está puesto en la escolarización, dejando de lado la recomendación de expertos de diferentes áreas que insisten en la importancia de invertir en esta edad. Tal como planteó el ganador del premio Nobel de economía, James Heckman, “invertir en primera infancia tiene mayor rentabilidad que hacerlo en educación superior”, pues destruye el costo de oportunidad que existe entre eficiencia y equidad.
Era la hora de promover la educación parvularia desde la carta magna, rectificar la inserción escolar inicial y saldar la deuda pendiente respecto a la obligatoriedad del segundo nivel de transición. No olvidemos que, de manera unánime, el 2013 se aprobó la reforma constitucional que establece kínder obligatorio, siendo requisito para el ingreso a educación básica, y que finalmente, la comisión mixta decidió rechazar.
Algunos planteaban que esta propuesta constitucional no tendría excluidos y aseguraría la justicia social en Chile. Sin embargo, su silencio respecto a la educación pre-escolar demuestra lo contrario. Al dejarla afuera en la garantía del derecho a la educación de calidad, se perdió una tremenda oportunidad y en caso de aprobarse el texto se defraudará a las futuras generaciones, con el incumplimiento de aquel “deber sagrado”.
Columna por Camila del Río, Subdirectora Regional de IdeaPaís en O’Higgins, publicada por El Tipógrafo en la edición del 25 de agosto de 2022.
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